El gran desconocido del Esquilino


En la colina esquilina oculto entre grandes nombres de la arquitecutura romana como son la la Basílica de Maria Maggiore o San Giovanni Laterano, se encuentra el antiguo Acquario romano.  La idea de contruirlo surgió en a finales del Ottocento de la mano de un experto en el mundo acuático: Piatro Garganico. La construcción contaría además con un jardín en el cual se ubicaría un gran lago. La idea de tener un lugar de recreo tan novedoso entusiasmó a la sociedad burguesa de la época, que se concentraba muy cerca de allí.
Con el paso del tiempo las funciones del edificio han cambiado, ya que desde finales del Novecento es la sede central de La Casa dell’Architettura.




Aunque en el exterior ya no se conserva el lago original, el jardín sigue conservando un encanto especial. A la luz del rápido atardecer romano los contrastes atenúan pero no desaparecen. Clásicos bancos de madera comparten la zona verde con delicadas sillas de hierro tan típicas de la época. A su vez, las deidades de inspiración griega que custodian la puerta tienen como competidoras creaciones vanguardistas.
Los secretos del jardín no terminan ahí. Actualmente están en curso unas excavaciones que han sacado a la luz restos de una edificación de la Roma imperial. El Esquilino daba cobijo a la subura más extensa, pobre y ajena al centro de la Capital, de ahí su nombre: fuera de la ciudad. Aunque si en la Antigüedad la zona era conocida por la pobreza, ahora lo es por su cospolitarismo. Se podría decir que se encuentra ubicado en una pequeña China Town. De ahí que la majestuosidad de este palacete ottocentesco no solo sorprende en sí misma, sino por la singularidad del lugar donde se encuentra .


Mientras en fuera se escucha el trinar de los pajarillos y el sol se va apagando, en el interior bulle la actividad. No se encuentra a nadie pero se siente el movimiento. Un fuerte olor a café invade la sala principal. Sonidos de sillas y voces de mando. Y es que se estaban ultimando los últimos detalles para la entrega de los Premio CATEL de arquitectura. En el que se otorga el galardón al mejor proyecto urbanístico.  De ahí que en la gran sala central, donde en otro tiempo se encontraban las peceras, estuviera llena de sillas.
Todo el interior, compuesto por un gran espacio circular de tres plantas, está dominado por una gran cúpula de cristal, hoy por hoy cubierta, y una rica decoración neoclásica. En las paredes pinturas que recuerdan a los Querubines barrocos, mientras las columnas parecen elevarse al infinito adornadas con enredaderas. Sin olvidar el gran palco donde predomina el terciopelo granate. Todo ello, junto con una ilumanción que recuerda a las antiguas lámparas de aceite, consigue crear una atmósfera puramente literaria.




De nuevo los contrastes. Los brocados dorados y las extravagancias decorativas se combinan con una cafetería y una librería, en las que el blanco es el color predominante creando, de repente, un ambiente frío y racional.  

 


Hay cosas que solo son posibles en la Roma del siglo XXI. Ir por la calle escuchando la música del iPod con el ruido de la ciudad de fondo. El tráfico, la gente con sus prisas, y de repente una puerta de hierro. Un lugar especial en el que el tiempo se ha congelado. El Ayer, el Ahora y el Mañana conviven, se encuentran, se cruzan pero no se chocan.
Todo parece tener un sentido en medio del caos.