Siempre se ha dicho, se dice, y se dirá que Roma es una ciudad caótica. ¡Es parte de su esencia!
Un tráfico desordenado, de pitidos y peatones suicidas. De coches que se adueñan de los raíles del tranvía, o autobuses que nunca se sabe cuándo pasan. Calles estrechas, adoquinadas, en las que el agua de la lluvia permanece hasta días después de la tormenta.
A pocos metros del "Colosseo" los edificios mismos parecen ser partícipes de ese caos,
ese desorden, de ese "romanidad" y se agolpan, unos encima de otros,
formando una maraña de antenas, que desde las alturas parecen conducir la vista del "voyeur"
hacía algunos de los puntos claves de la Roma monumental.
Un tráfico desordenado, de pitidos y peatones suicidas. De coches que se adueñan de los raíles del tranvía, o autobuses que nunca se sabe cuándo pasan. Calles estrechas, adoquinadas, en las que el agua de la lluvia permanece hasta días después de la tormenta.
A pocos metros del "Colosseo" los edificios mismos parecen ser partícipes de ese caos,
ese desorden, de ese "romanidad" y se agolpan, unos encima de otros,
formando una maraña de antenas, que desde las alturas parecen conducir la vista del "voyeur"
hacía algunos de los puntos claves de la Roma monumental.
Caóticamente perfecta.