Hay días en los que uno se ríe del mundo, de sí mismo.
Basta una palabra inesperada, un cruce de miradas furtivo para
hacer salir una carcajada sonora. Son esos momentos en los que se ríe porque sí,
que dejan sin aliento y producen agujetas.
En realidad el lugar no es importante, pero Roma tiene un efecto especial.
Es vivaz, cambiante, y contagiosamente irónica. Y es que a veces uno se encuentra sumergido en la atmósfera de Fellini: una burbuja, un universo paralelo de emociones intensas en el que se ríe.
Se ríe hasta no poder más. Entre la fantasía y la realidad.