Camisa blanca, perfectamente doblada a la altura del codo, sombrero Borsalino blanco y mocasines marrones. No hay duda, es él:
Andrés Romo.
Andrés Romo.
Un auténtico torbellino de creatividad, que "desde los seis años" tenía claro que quería dedicar su vida a la moda. Una pasión que no estaba demasiado bien vista para su familia, "mi padre siempre decía que era cosa de chicas", comenta, "por eso comencé mis estudios de diseño gráfico", añade. Una título de estudio que poco a poco, se iría adecuando a lo que realmente quería hacer: Diseñar. "Estuve trabajando por algún tiempo como gráfico, pero en seguida cambié rumbo", asegura divertido. Un cambio de timón, que dió un giro de 36oº, cuando una mañana decidió coger todos sus ahorros, subirse a un avión y empezar de cero, en Roma. Ciudad que le robó el corazón desde el primer momento, "tenía quince años, era la primera vez que visitaba Europa, y tuve claro que tenía que volver", asegura con una sonrisa complice y el brillo en la mirada de quien recuerda el momento en el que el sueño se convirtió en realidad. Y ya van siete años, en los que cada día se deja seducir por la "atmósfera europea de la ciudad".
Diseña, crea y propone para otros diseñadores, pero también para él mismo. Trabaja codo con codo con grandes nombres del stylist romano y entre sus planes a corto plazo esta dar vida a una colección muy personal, fresca, atemporal y colorida. La simbiosis perfecta entre la cultura mexicana y las suaves líneas europeas. Un conjunto de cuatro o cinco creaciones que mostrarán su idea de la mujer "femina, elegante y, al mismo tiempo sexy". Con un cocepto de elegancia clásico que traspasa la dictadura de tiempo y no envejece, considera que la perfecta expresión de la feminidad, para este diseñador de mirada traviesa, se refleja "en un vestido de cocktail sencillo, combinado con unos tacones no demasiado altos y un pequeño bolso". Mientras que el hombre perfecto recupera el uso del sombrero y pone "mocasines, gafas Rayban, pantalón lápiz y camisa a rayas". Un look que juega entre el ayer y el hoy, y que él mismo pone en práctica siempre que puede.
Un acento suave y musical revela sus orígenes mexicanos cuando habla en español y cuenta sus inicios en la Ciudad de Fellini. "Nada más llegar, alquilé una habitación en el centro, muy cerca del Pantheon, y compaginaba mis estudios de dibujo en la "Scuola d'Arte" con las clases de italiano", narra. ¿Y el salto a la moda? Como en las grandes historias, son las casualidades a dar las respuestas: "Me invitaron a una cena en casa de unos amigos, y allí conocí a Caterina Gatta", recuerda, "ella fue la primera que me dio la oportunidad de hacer moda". De aquella primera etapa destaca dos momentos claves: La publicación de uno de sus dibujos en la revista Vogue, "fue un auténtico sueño hecho realidad", cuenta emocionado, a pesar de que ya ha pasado un poco de tiempo, "era un vestido blanco con corazones fucsias, rojos y verdes". Mientras que el segundo, fue todo un reto: vestir durante casi un año el maniquí de la papeleria Fabriano. "Soy un cliente habitual y hacía tiempo que me había fijado en aquel maniquí, hasta que un día me armé de valor y me propuse para diseñarle un traje", dice haciendo momeria: "dejanos tu email y nos pondremos en contacto contigo". Y así lo hicieron. "Presenté tres diseños y tenían que elegir uno, al final hice los tres", ríe. Siempre la casualidad quiso que el mes de abril, mes de las bodas, tuviera que diseñar un vestido de novia para el escaparate, "todo en papel crepé, estilo sirena" y lo viera la directora de la revista "Sposa Moderna". Poco después vendría publicaba su primera entrevista.
Aunque no existen horarios en su profesión, de vez en cuando consigue encontrar momentos de tranquilidad en los que disfrutar en soledad de sus lápices de dibujo. Una auténtica pasión que se ha convertido en su forma de "Dolce Vita"...